Gatos con suerte

Si no hubiese nacido hombre, me habría gustado ser gato. Pero no un gato cualquiera, porque hay gatos de lo más ordinarios. Los gatos que a mí me cautivan son los que viven frente a mi casa. La otra noche, después de cenar, salí al balcón a tomar el aire. Eran más de las 11 y las calles estaban desiertas, pero me llamó la atención una chica que veo a menudo. Debe rondar los 30 años y aprovecha ese momento para alimentar a la camada de gatitos.
Durante el día, los animales se dedican a dormir, a escalar árboles y a corretear entre los coches. Por las noches, sus prioridades cambian, y la mayor tarea que les ocupa es perseguir a los soñolientos vecinos que salimos a tirar la basura. «¿Nos verán cara de rata?», me he preguntado varias veces mirándome en el espejo del baño... Pero va a ser que no, yo creo que lo que esos animalitos ven en nosotros no es un Mickey de proporciones humanas, sino a esa dispuesta chica que tantas atenciones les presta.
La noche de la que les hablo los gatos se arremolinaron junto a ella tan pronto como la vieron llegar. Eran siete u ocho y cada uno recibió sus correspondientes platitos de comida: uno de color blanco y otro de color verde, más una bandeja central a repartir entre los gatunos comensales. Luego los acarició, y a los menos ariscos, los achuchó contra su pecho.
Decía Berthold Auerbach que para valorar el grado de educación de un pueblo había que fijarse en el trato que le da a los animales.
Debía estar en lo cierto, no lo dudo, pero a veces tengo la sensación de que consideramos más noticiosa la agonía de una ballena varada en la playa que la desaparición de una patera en el Estrecho, o que nos toca más el corazón la historia de un perro vagabundo que la de una persona sin hogar.
Tal vez acertara quien dijo que la razón de que un perro tenga tantos amigos es que mueve la cola y no la lengua.
EVARISTO FERNÁNDEZ DE VEGA

1 ronroneos:

Sturshel dijo...
14:18

Cuanta razón tienes! Y aquí apenas hay gatos callejeros.

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